miércoles, 28 de abril de 2010

Una idea original de cine español sobre una historia apasionante


Hace tiempo que suelo mencionar en clase, cuando hablo del desembarco de Normandía, a Juan Pujol, el espía español que fue agente doble británico, y uno de los dos hombres clave en la operación para engañar a Hitler con motivo del desembarco de Normandía. El otro era un polaco, qué coincidencia.
Es uno de esos españoles que merecen conocerse. Quizá por eso se hable poco de él, y nadie o casi nadie se preocupe de su historia o su memoria.
Su figura se ha ido conociendo algo más últimamente, pero para popularizarla hacía falta una película. Lo difícil, por su perfil biográfico —había combatido con Franco, y era netamente antinazi— era que alguien se animara a hacerlo. Pero ¡ha ocurrido! Edmond Roch, un director español, se ha animado con ello, y ha elaborado un producto realmente original que vale la pena conocer. José María Caparrós lo llama un thriller documental, y explica en su blog los méritos que encuentra en él, y lo inteligente de la solución: era la forma de abordar la tarea de forma barata, o no muy cara para ser más exactos.
Esta vez el cine histórico español está de enhorabuena. Habrá que celebrarlo, porque no ocurre muchas veces. El trailer está en youtube.
Ha recibido tres premios: Giraldillo de Oro al mejor documental en el Festival de Cine Europeo Sevilla Eurodoc 2009. Goya al Mejor largometraje documental en los XXIV Premios Goya 2010 y Mejor película documental y mejor guión en los II Premios Gaudí 2010.
En sala el ministerio le asigna poco más de 28.000 espectadores, que no está mal.
¡Enhorabuena Edmond, y muchas gracias!

viernes, 23 de abril de 2010

El aborto en las aulas universitarias


Recojo este artículo del historiador Felipe Fernández-Armesto, que me parece excelente.




ME PARECE fenomenal que algunas universidades ofrezcan cursos sobre el aborto. Si son rigurosos y los profesores, personas honradas y cualificadas, los alumnos aprenderán que la interrupción del embarazo es un mal tremendo y profundo que deshonra a nuestra sociedad. En este sentido, tales cursos pueden ser útiles e instructivos. Aún es posible que conduzcan a una sociedad más ética, a unas leyes más racionales y a un mundo más feliz. Lo que no me agrada es que un ministro los proponga y que el Gobierno pretenda infligirnos más cursos obligatorios en lugar de dar libertad a los profesores y ensanchar el currículo con mayor diversidad de temas. Las universidades españolas ya sufren demasiado por la maldita influencia de los políticos y los excesos de exigencias burócratas.
Si queremos que nuestras facultades mejoren y que ocupen el lugar en el mundo académico que corresponde a los méritos de su profesorado y a la calidad de las investigaciones que realizan, un paso imprescindible es confiar en los docentes, que son los más adecuados para planear el currículo, y dejarles que cumplan libremente con su vocaciones, sin someterse a las agendas de los partidos.
Imaginamos lo que sería un curso sobre la teoría y práctica del aborto, tal como el que demanda la ministra de Igualdad Bibiana Aído. Por supuesto, si yo tuviera que darlo, prescindiría de toda aproximación religiosa y me acercaría al tema desde una óptica totalmente laica, práctica, liberal y rigurosa, basada en hechos precisos. Empezaría con los aspectos científicos. La clase se daría cuenta de que la vida es un proceso continuo en el que no hay ningún momento, durante la larga historia de crecimiento y cambio que se inicia con la concepción y termina con la muerte, que corresponda a una ruptura o a un comienzo nuevo. Veríamos que el niño no nacido es, biológicamente, un ser humano. ¿Pues a que especie más pudiera pertenecer?
Lograríamos entender que un feto es un ser dependiente pero distinto, que no se puede considerar como una célula o una uña o un cabello o un mero miembro del cuerpo de su madre. Pasaríamos luego al aspecto lógico. Cederíamos ante la imposibilidad de identificar ninguna diferencia racionalmente discernible entre momentos seguidos de una vida, y reconoceríamos que el feto a los nueve meses tiene tanta importancia y tanto valor como otro de nueve meses menos un minuto o un segundo; u otro de ocho o siete o seis meses o de un mes, o de 21 semanas menos un segundo o 0,00001 segundos... y así hasta llegar al momento de concepción.
Luego plantearíamos los aspectos lingüísticos. Apreciaríamos la fuerza del hecho de que cada madre que sienta la presencia del bebé en su vientre se refiere a «mi bebé» o «mi niño». Cuando los vecinos le preguntan por la salud del pequeño, no les contesta: «No se trata de un bebé sino de unas células carentes de personalidad ni de valor moral», ni dice que esa parte de su propio cuerpo es tan saludable como el dedo de su pie, o su hígado o uno de los huesos de su rodilla.
En la siguiente parte del curso se abordarían los aspectos filosóficos. Estudiaríamos los argumentos acerca del momento en el que el feto adquiere personalidad u otro rasgo moralmente significativo que diferencia un feto abortable de una persona cabal. Veríamos que no existe ninguna prueba científica de tal cosa. La clase se enteraría de que el concepto de una personalidad como esencia humana es tan vaga como el concepto religioso de alma o espíritu. Nuestra conclusión sería que si existe tal esencia, es, al menos, tan racional suponer que se inicia en el momento de la concepción como en cualquier momento subsiguiente. De igual manera, admitiríamos que el valor de la persona no nacida no depende de su estado de desarrollo físico.
Moralmente, carecer de tal o cual órgano o miembro es una diferencia puramente física, equivalente a las que honramos entre los minusválidos o amputados, o personas excesivamente altas o bajas o lo que sea. En una sociedad decente y civilizada, no condenamos a una persona a muerte por ser calvo, o por haberse quitado un riñón, o por desarrollarse físicamente a una tasa más lenta o atrasada que los demás. Por los mismos motivos, no consideramos las capacidades mentales ni las sensibilidades morales como calificaciones para la vida, sino que reconocemos que todos somos igual de dignos de vivir a pesar de nuestras distintas capacidades.
La siguiente parte del curso se contemplaría desde un enfoque que partiera de la psicología social. Examinaríamos las pruebas de que los padres son conscientes de la vida de sus hijos no nacidos, que su amor se enciende por ellos y que sufren traumas psicológicos profundos si abortan a sus hijos. Por tanto, tendríamos que descartar los argumentos de quienes digan que el niño no nacido puede matarse por carecer de personalidad social, o por no haber establecido relaciones sociales con los demás. Estos criterios, si se consideran justificables, se cumplen perfectamente en el caso de los niños no nacidos, quienes comparten ya una relación con los que les aman y les esperan, o con los que les odian o les temen o quieren desembarazarse de ellos.
Pasaríamos entonces a la temática jurídica. Por todas las razones ya conocidas, nos daríamos cuenta de que no existe ningún motivo honrado por excluir a los niños no nacidos de los derechos jurídicos. Concretamente, el concepto de los derechos humanos carece de sentido si no se reconoce que su punto de partida es el derecho a la vida. Todos los demás -incluso los derechos «a la libertad y la búsqueda a la felicidad», según reza el documento fundacional de los derechos humanos en la época de la Ilustración-parten de allí. Si te abortan, ¿qué te importa la libertad, o el derecho a tener propiedad, o de ser juzgado imparcialmente, o votar, o cualquier otro de los privilegios de los a quienes los abortistas nos permitieron vivir? Para que sea un derecho humano, tiene que extenderse a todos. Si no, deja de ser un derecho y se convierte en un privilegio. Y un niño no nacido, como ya hemos visto, es un ser humano, por no petenecer a ninguna otra especie.
Luego abordaríamos el tema práctico. La base de cualquier sistema ético es esta regla de oro: no hagas a los demás lo que no quisieses que te hagan a ti. Si alguien quiere que se le hubiese abortado, tiene el derecho de pedir el aborto para otras personas. Pero estoy seguro de que le calificaríamos de enfermo mental, víctima de un grave estrés o del autoengaño.
Para mantener una sociedad estable y pacífica, debemos respetar la inviolabilidad -no digo que la santidad, porque éste es un curso universitario y nos limitamos a términos seculares-de la vida humana, porque todos los que estamos vivos tenemos un interés clarividente en mantenerla. Si admitimos excepciones -que un judío, por ejemplo, o un negro, o un gay, o un zurdo, o un obeso, o un fumador, o una persona minusválida, o un rubio, o un niño no nacido-puede descartarse y condenarse a morir, por tener menos valor que una persona supuestamente normal en una sociedad determinada, con sus prejuicios peculiares, abrimos la posibilidad de que la sociedad admita a otras categorías exentas, a las cuales se nos incluirá a nosotros mismos. Si se excluye a un niño no nacido del derecho de vivir, ¿porqué no a mí?
DEJARÍA mi propia disciplina, que es la Historia, para la etapa siguiente y casi última del curso. Explicaría a los alumnos que a lo largo de los siglos los seres humanos hemos tenido que luchar contra la dificultad de apreciar la unidad moral de nuestra especie. En las sociedades más primitivas, por lo que sabemos, existía un concepto del grupo, definido por parentesco o por participar en una vida común. Todos los de fuera se calificaban de bestias o demonios. Poco a poco, los humanos lográbamos respetar a los miembros de las sociedades vecinas. Empezábamos a intentar amar al próximo y luego a extender ese respeto al vecino más alejado. Íbamos formando sociedades cada vez más grandes, reconociendo la conciudadanía de gente con quienes no tuvimos relaciones activas.
Durante una época muy larga, retorcida de dolor y manchada de sangre, seguíamos excluyendo a categorías menospreciadas: gente distinguida por tener la piel de otro color, o cuerpos extraordinarios, o narices largas, o pelo negro, u opiniones supuestamente repulsivas, o por sufrir enfermedades como la lepra o la epilepsia, o por ser niñas hembras que se sacrificaban en masacres de inocentes en tiempos históricos, y siguen siendo víctimas de los mismos prejuicios en ciertas zonas del mundo en el día de hoy. Pero poco a poco, hemos abandonado el infanticidio, menos en el caso de niños no nacidos. Y hemos reconocido que todos los seres humanos -menos los niños no nacidos-pertenecen a la misma comunidad moral.
Quedaría tiempo, antes de finalizar el curso, para debatir sobre el futuro y cómo ajustar las leyes ante los horrores del aborto. Espero que los alumnos piensen que no hay que perseguir a las mujeres que -a veces por su pobreza, miseria o falta de educación-optan por la interrupción del embarazo. Ni que hay que condenar a los que por su ignorancia, como sospecho que es el caso de Bibiana Aído, promueven el aborto o ayudan a las mujeres que, en fin de cuentas, son víctimas, ellas incluso, cuando pierden a esos hijos que hubiesen podido animarles, ensalzarles y enriquecerles la vida.
Ya sabemos todos que la sugerencia de Bibiana fue un gesto vacío, una postura exhibicionista para llamar la atención de la prensa, sin ninguna posibilidad de convertirse en ley ni de materializarse en términos prácticos. Veo en ella, en cambio, grandes ventajas. Pero si acabo dando cursos sobre el aborto, espero que sea por mi propia cuenta. No quiero excluir a los no nacidos del derecho a vivir, ni quiero admitir la interferencia política en mi aula de clase.

Felipe Fernández-Armesto es historiador y ocupa desde 2005 la cátedra Príncipe de Asturias de la Tufts University en Boston (Massachusetts, EEUU).


El Mundo, 23 de abril de 2010, p. 21

domingo, 11 de abril de 2010

Entre las causas de Katyn. Un homenaje a Polonia.


Adam Zamoyski, Varsovia, 1920. El intento fallido de Lenin de conquistar Europa, Madrid, Siglo XXI, 2008, 138 pp.
La trágica noticia del accidente aéreo que ha costado la vida al Presidente de la República de Polonia, Lech Kaczynski, y a casi un centenar de compatriotas suyos, cuando se dirigían a rezar por las víctimas de Katyn y a rendirles homenaje, me ha animado a comentar unas cuantas obras sobre Polonia que estaban esperando su momento.
Comencemos con una breve, pero muy interesante, la de Adam Zamoyski. El libro narra sumariamente el intento soviético de exportar la revolución a Alemania (la revolución lógica y debida en teoría marxista), atravesando Polonia, que "había aparecido" entre los dos países al terminar la Gran Guerra (1914-1918). Comenzaría así, según Lenin, la revolución comunista europea, antesala de la mundial.
Conviene recordar que Alemania, Rusia y Austria-Hungría se había repartido Polonia tiempo atrás, y que sólo en 1919, con los tratados de paz posteriores a la Primera Guerra Mundial, había renacido una Polonia independiente.
Pues bien, el ataque del gigante del Este fracasó, para desconcierto de Lenin. Pero fracasó in extremis, hasta el punto de que los polacos lo llamaron "el milagro del Vístula".
Stalin tuvo su protagonismo en estos hechos, que luego tergiversó en los libros de Historia para borrar sus errores. Muchos autores ven en esta humillación de las armas soviéticas la raíz de la tragedia de Katyn. Es interesante conocer por qué. Estaría también, por tanto, en la cadena de causas que han conducido al fatal accidente de ayer.
Por cierto, hubo un capitán francés que contempló estos hechos y sacó consecuencias interesantes. Se llamaba Charles de Gaulle.

El Islam y España


Martín de la Hoz, José Carlos, El Islam y España, Madrid, Rialp, 2010
España es uno de los pocos países que ha sido islámico y ha dejado de serlo. Según alguno de nuestros historiadores más destacados este hecho ha dejado una marca indeleble en nuestra manera de ser. Esta obra de divulgación, ofrece un recorrido por toda esa historia en menos de 250 páginas.
Inevitablemente la descripción y la colección de datos básicos ocupa una parte importante del trabajo, pero su autor, especializado en Historia de la Iglesia, consigue hacerlo ameno y comprensible, añadiendo algunos comentarios clarificadores, suyos o de otros autores. De hecho es algo así como un resumen de buena parte de la bibliografía relevante sobre el tema, a un nivel de alta divulgación.
Arranca del nacimiento del Islam y llega hasta ocuparse de su "vuelta" en nuestros días.
Vale muy bien como iniciación al conocimiento del asunto, ahora que cobra cada vez más interés.

¿Qué sabemos del Islam?


Samir Khalil Samir, Cien preguntas sobre el Islam, Madrid, Encuentro, 2003, 223 pp.
Dos periodistas italianos, uno de ellos de origen libanés, Giorgio Paolucci y Camile Eid, dan formato de conversación o entrevista a esta interesante colección de declaraciones de Samir Khalil Samir, egipcio, cristiano y jesuita. Es decir, preguntan acerca del Islam a un cristiano descendiente de cristianos que llevan 13 siglos conviviendo con el Islam. El hecho de que el entrevistado sea un intelectual interesado doblemente en el tema, con varios libros y centenares de artículos publicados, facilta la claridad de planteamientos.
El resultado es muy interesante y resultará clarificador para un público muy amplio: en general el conocimiento que tenemos del Islam es bastante escaso. Se trata de sus fundamentos, la posibilidad de que cambie, la cuestión de los derechos humanos y de la relación con Europa y con el cristianismo.
El punto de vista elegido es religioso, pero sin obviar cuestiones puramente culturales y políticas. El resultado es respetuoso y en mi opinión aleccionador. Una magnífica introducción al Islam.