sábado, 10 de noviembre de 2007

Los porqués de las guerras del siglo XX


Ferguson, Niall, La guerra del mundo. Los conflictos del siglo XX y el declive de Occidente (1904-1953), Madrid, Debate, 2007. 887 págs.
T. o: The War of the World. Twentieth-Century Conflict and the Descent of the West, Londres, 2006.

Quien pasa por ser el historiador mejor pagado del mundo nos brinda en esta obra un magnífico y extenso trabajo de Historia. No hay que prestar mucha atención a la cronología, que parece un añadido orientativo para el público español y no termina de corresponder al contenido del libro, que arranca en 1901 y alcanza nuestros días. Aunque está centrado en las dos guerras mundiales, su intento es explicar la razón por la que el siglo XX constituyó un periodo de extremada e intensa violencia, quizá el peor de la historia, afirmación discutible que defiende brevemente en un interesante epílogo.
La tesis que sostiene el autor es muy cinematográfica, como gran parte de su planteamiento, que no en vano sirvió, antes que para escribir un libro, para producir una serie documental de televisión del Channel 4 de la BBC. Es también la clave explicativa del título. H. G. Wells imaginó en La guerra de los mundos, su famosa novela de 1898, un escenario apocalíptico en el que unos extraterrestres infligían un daño atroz a la humanidad con extremada violencia. Pues bien, esa visión resultó premonitoria de cómo sería el siglo XX que comenzaba, solo que no serían extraterrestres los sembradores de la destrucción, sino hombres que trataron a otros hombres como si no lo fueran, como a seres infrahumanos merecedores de destrucción. Como complemento de esa evocación literaria, el libro arranca de una mirada al mundo el 11 de septiembre de 1901 a través de la prensa británica. El lector no puede por menos de situarse ante el relato del siglo XX pensando en qué puede depararnos el XXI, tal como pretende el autor.
La explicación que Ferguson aporta de los hechos resulta en algunos casos sorprendente y con frecuencia innovadora. Casi siempre esa renovación viene de la mano de un cambio de perspectiva en el enfoque de la narración, pero no faltan ocasiones en que afronta directamente una renovación de la interpretación dominante de la historiografía, especialmente de la dominante en el ámbito británico, o en general anglosajón. Por ejemplo, el análisis de si la Gran Guerra de 1914 fue esperada o inesperada lo realiza atendiendo al comportamiento de los mercados bursátiles para concluir que resultó inesperada. Cómo engarza ese estudio con el retrato de la política exterior de las casas reales en la época, me parece una de las genialidades que da aire deslumbrante a su obra.
Otro ejemplo en la misma línea es su tesis de que la Segunda Guerra Mundial pudo haberse evitado con una guerra contra Alemania en 1938. Su denuncia del apaciguamiento no es una novedad radical, pero cómo la argumenta es ciertamente interesante y nuevo.
Su explicación de la brutal violencia vivida el pasado siglo se centra en tres argumentos: primero, que se debió a la exacerbación de rivalidades étnicas; segundo, que esos conflictos explotaron como consecuencia de una inestabilidad económica sobrevenida; tercero, que a esos factores se sumó la tendencia a incrementar el uso de la violencia en los imperios en decadencia.
Por lo que hace a lo primero, su estudio de las tensiones raciales y su reflejo en la política, precedido por un repaso de la negación de la diferencia racial por la biología, es amplio y detallado, especialmente para las que estima de intensa fricción en Eurasia: la Europa centro-oriental, y la zona de Corea y Manchuria. Cómo encaja aquí la llamada «cuestión judía» resulta muy interesante. Pero no faltan alusiones a otros ámbitos: los Estados Unidos, el Congo, Bosnia o Ruanda, etc.
En lo segundo Ferguson siempre abunda: le entusiasma buscar explicaciones en los datos macroeconómicos, y otra vez resulta original: la clave de los posibles problemas no estaría en si crece o no la economía, sino en si es o no estable.
En lo tercero, la opresión violenta de los imperios, vuelca su capacidad de abstracción formal en la comprensión de la historia y lo encuentra aplicable a todo: desde el Tercer Reich al Cuarto (la Unión Soviética) pasando por el conjunto entero del libro, que se entiende como una explicación de la decadencia de los imperios occidentales en beneficios de unos nuevos que todavía está por ver cuáles son, aunque Ferguson apunta a China y el mundo islámico.
El texto se alarga porque en ocasiones adquiere el tono detallista propio del guión cinematográfico, presentando estudios detallados de casos muy particulares, con nombres y apellidos. Pero justamente esa es otra de las ventajas de este estudio, que si no podría quedar en una reinterpretación metahistórica para entendidos.
Ningún empirista pondría reparos al planteamiento de esta excelente obra de historia. Sin embargo, no he podido evitar echar de menos en el conjunto alguna integración de la trascendencia, o simplemente de lo no estrictamente material o conductual, en esta ambiciosa e inteligente explicación de nuestro pasado.
Pablo Pérez López